21 d’octubre del 2009

¡ACARICIAME POR FAVOR!

- Marta... ¡qué jersey más bonito que traes hoy! - le dice Sonia a Marta cuando la ve entrar por la puerta del hospital.
- Realmente, eres una persona con quien se puede confiar plenamente - le expresa Arnau a su hermano Javier tras haberle cuidado su perro durante la semana que ha estado de vacaciones en Praga.
Una señora de 85 años le sonríe a un adolescente de 14 años tras cederle su asiento en el autobus.
- ¡Hoy estás castigado sin salir a la calle porque la señorita me ha dicho que te has portado mal en el patio! - le dice enfadada Stephanie a su hijo Anthony.

Estos ejemplos de la vida cotidiana de muchas personas nos hablan de un concepto que pertenece al Análisis Transaccional llamado caricias. Se entiende por caricia cualquier estímulo gestual, escrito, verbal, físico y simbólico que implique el reconocimiento de la presencia del otro.

Cualquier ser humano tiene una serie de hambres básicas que necesita cubrir. Según el Análisis Transaccional, las principales hambres del ser humano son las hambres de estímulo, reconocimiento y estructuración del tiempo. El hambre de estímulo es la necesidad de ser tocados físicamente durante la infancia. Acariciar y chupar el seno materno durante la lactancia, estar bien alimentado, sentir el calor de un ser humano o recibir un abrazo después de haber comido son necesidades primarias de un recién nacido. El hambre de reconocimiento es la necesidad humana de ser reconocidos por los demás. A medida que el niño crece, se sustituye el hambre de estímulo o contacto físico por el hambre de reconocimiento. Un aplauso, un castigo, una sonrisa, un elogio... reemplazan a las caricias físicas y sirven para que la persona se sienta alimentada.

La necesidad de reconocimiento implica reconocer la existencia de un ser humano. “Sé que existes” es el mensaje implícito del reconocimiento. El proceso de transformación del hambre de estímulos al de reconocimiento es el siguiente: si el niño se encuentra en un ambiente adecuado donde los padres y el resto del grupo familiar tienen lo que necesita, éste aprenderá a estar bien y percibirá que sus padres también lo están. Si el niño no recibe reconocimiento, anticipará conductas que sean susceptibles de premio como ser obediente, respetuoso u ordenado para complacer a los padres. Por tanto, aprenderá a estar bien cuando realiza lo que quieren los demás. Si esta conducta adaptativa tampoco lleva a la satisfacción de su hambre, el niño anticipará conductas susceptibles de castigo para conseguir reconocimiento negativo que, por lo menos, sirven para nutrir su hambre básica. Si esto tampoco sucede, entonces es posible que enferme somatizando así su desasosiego interior para conseguir, al menos, caricias de lástima o de rechazo. Aprenderá así a estar mal porque es de esa manera consigue ser reconocido por los demás. La necesidad de caricias viene del hambre de reconocimiento. Un insulto, un abrazo, una sonrisa o una crítica son actos que reconocen la existencia de una persona. Es tan necesaria esta hambre que es mejor cualquier caricia que ninguna.

Existen distintos tipos de caricias:

1- Por el medio de transmisión:
Físicas: un beso, un apretón de manos, una palmada, etc.
Gestuales: miradas, gestos, una sonrisa, una inclinación de cabeza, etc.
Verbales: uso del lenguaje oral
Escritas: una postal de recuerdo, un correo electrónico, un sms, etc.

2- Por la emoción o sensación que invitan a vivir
Positivas: producen emociones o sensaciones agradables
Negativas: provocan emociones o sensaciones desagradable

3- Por las condiciones para darlas o recibirlas:
Incondicionales: se dan o reciben por el mero hecho de existir o ser
Condicionales: se dan o reciben por conductas objetivas
Atributivas: se ofrecen por las cualidades o características de la persona

4- Por la sinceridad:
Auténticas: nacen de sentimientos reales del que las da
Falsas: son las adulatorias o agresivas encubiertas que ocultan hostilidad
Mecánicas: son reconocimientos rutinarios y ritualizados

5- Por su influencia en el bienestar:
Adecuadas (o sanas): aumentan el bienestar a largo plazo
Inadecuadas (o malsanas): provocan el malestar a corto o largo plazo

Antes de terminar el artículo de hoy, déjame que te acaricie algo más con estas preguntas: ¿Qué tipo de caricias ofreces y recibes habitualmente? ¿Qué sientes cuando recibes una caricia? ¿La aceptas? ¿La rechazas? ¿Juzgas su autenticidad? ¿Pides caricias cuando las necesitas? ¿Las rechazas cuando no las necesitas? ¿Te das caricias a ti mismo/a?

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